La vida sin amor no tiene sentido

lunes, 1 de marzo de 2010

Seis Años de Silencio 1974 - 1980 Galería Central en Madrid








Seis Años de Silencio

Que Luis es un dibujante autodidacta no ofrece la menor duda. Que yo pretenda describir y esclarecer su recorrido y germinación como artista plástico, si ofrece muchas. No obstante, tengo la esperanza de que la sensibilidad de los que se acerquen a su obra, comprenderán , a pesar de mis palabras, más emotivas que esclarecedoras.

Cuando en 1973, en una exposición en la galería Buades, contemplé unos trabajos fotográficos de Luis en homenaje al mar, vi claro como nacía de entre los embates, suaves pero enérgicos de las olas, un deseo, hiriente de la carne y el hueso que, torpe pero constante, trataba de alcanzar la sensibilidad que había sido fatalmente oscurecida por un golpe brutal.

El satinado blanco y negro de las fotografías cedía al paso de leves trazos de color que, partiendo de lo hondo, buscaban la libertad y la luz. Corregían el recorrido tortuoso de un desgraciado liquido raquídeo al que habían querido desviar del camino, pero que ya se elevaba interrogando a las nubes.

La imagen de su propio cuerpo captado por otras cámaras, era corregida por el mismo, aplicando rayas de colores que enderezaban sus vertebras, daban mayor movilidad a algún miembro o, atravesando su tórax, querían hacer palpitar a unos hundidos pectorales.

Llegado a este punto, no veo otra solución para tratar de expresar lo que quiero, que ceder a una hermosa tentación. Se me perdonará que pida ayuda a un poeta, Aleixandre, y que con su permiso y algunas de sus palabras trate de decir algo coherente:

“quiero amor, o la muerte, quiero morir del todo
quiero ser tú, tu sangre, esa lava rugiente,
que regando encerrada bellos miembros extremos
siente así los hermosos límites de la vida”


Intentándome decirme algo parecido veía yo aquellos tímidos trabajos, de dibujo escaso pero intención grande.

El incipiente dibujante calló después; descansaron sus lápices y rotuladores de color, y un fotógrafo que nacía tuvo una larga andadura, rápida y eficaz. Con su máquina, que dispara, y cobra y cobra al tiempo la pieza de la imagen con celeridad y precisión, con el aleteo metálico de su objetivo, se acerca más y más a los rostros de todos los demás, que dejan impresos en el papel revelado sus gestos y la palpitación de la piel.

El intérprete de las primeras fotografías enriquece su experiencia tornándose ahora en el espectador, y en este desdoblamiento vemos como, lejos de quedar anulado alguno de los dos, se complementan y potencian mutuamente.

Dibuja rostros porque ya antes los había fotografiado, lo mismo que hace fotos porque antes ya había dibujado sobre ellas, tratando de animar y vitalizar su propia imagen.

Es curioso observar como el nexo de unión de estas dos trayectorias, punto de arranque al tiempo que punto intermedio de todo este recorrido, es el mismo. Las primeras fotos en que el dibujante intervenía eran en blanco y negro; su acción, muy leve quedaba fijada por unos limitados y escasos trazos de color. Los primeros dibujos arrancan con la monocromía, suave pero blanquinegra de la mina de grafito, para quedar anulada después bajo el torrente multicolor de sus lapiceros.

Y ya, en 1981, los dibujos; de nuevo una mano con dificultad, atada a si misma, se mueve con un aleteo duro y recortado. Una vez más, con palabras de otro poeta, Cernuda, podríamos decir que:

“La angustia se abre paso entre los huesos
remonta por las venas
hasta abrirse en la piel”


Los trazos se interrumpen, esperan un impulso vital que los enlace, y describen asi otro recorrido tortuoso también, solicitando ahora una respuesta a las nubes.

“Porque el deseo es pregunta cuya respuesta nadie sabe”

Julio L. Hernández

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