La vida sin amor no tiene sentido

miércoles, 17 de noviembre de 2010

MISTICA





Una improvisada lectura de este enunciado, sin entrar en los detalles que lo sustentan, podría dar lugar a cierta desorientación. Quisiera por ello introducir algunas cuestiones, que sin duda ayudarán a situar, tanto al personaje como al propio capítulo, en su justa dimensión.


¿A quién puede interesarle un asunto tan personal? La respuesta es bien sencilla... y al mismo tiempo muy compleja.

Quizás la obstinación en plasmar esta realidad, tan íntima como socialmente plástica, sea fruto de mi propia necesidad
–obligación- de sacarle excesiva punta al lápiz. Posiblemente este apartado no tendría que haber visto la luz. Me queda claro no obstante que, si las cosas no hubieran transcurrido tal y como las podemos contemplar en estas páginas, nos habríamos perdido con toda seguridad un pasaje creativo, cuando menos, poco corriente.

Afirmar que, en ningún momento, el interesado se opuso a la iniciativa y que durante el todo el proceso de trabajo participó de forma entusiasta y diligente. Es más, deduzco que se dejó manipular fotográficamente hasta la saciedad, consciente de que el fruto de mis manejos, junto a la finura de su actuación, ayudaría sin duda a desarrollar positivamente su todavía tierno equipaje religioso.

Tras un período anímicamente conflictivo, que no viene al caso detallar, Luis Pérez-Mínguez encontró hace poco abrigo en las altas esferas celestiales.

Me puso al corriente de la nueva realidad y me costó un tiempo asumirla. Llegué a especular con la posibilidad de que estuviera tomándome el pelo, como en tantas ocasiones. Pero no fue así. "Todo ha sucedido de forma natural y no hay buscarle más explicaciones; a mi me va bien y eso es lo que importa".

Para darse cuenta de lo que supone este giro efervescente, unipersonal, en el desarrollo artístico combinado que nos ocupa, hay que remontarse a la vuelta de la esquina y dar por sentado que la existencia de este ejemplar enérgico, pese a las limitaciones físicas que padece desde la adolescencia, no ha conocido ni conoce fronteras. Y quiero entender que, este nuevo contexto, no es más que una ampliación congénita de sus/nuestras propias perspectivas tangenciales.

Es cierto que ahora, además, hay que contar en los operativos de trabajo con el argumento adicional de las iglesias y sus celebraciones, los claustros, las cruces de término, los santuarios y un largo etcétera. Lo nunca visto.

Por insólito que parezca, hemos conseguido integrar todo esto en nuestro quehacer diario con cierta habilidad. Y lo hacemos público
en este proyecto, para que conste en acta.

Satisfacciones estéticas a un lado, que conste en acta también mi enriquecimiento personal en materia de oficio versátil.

Tras veinticinco años de andanzas en el plano igualitario, jamás había tenido -como ahora- la esotérica sensación de actuar en una dimensión distinta a la suya. Debo de entender que lo lleva implícito la influencia directa de la religión adosada. He llegado a sentirme al mismo tiempo escudero, monaguillo, asistente, metomentodo, alguacil y lazarillo. Que sea para bien.